Lejos

Desde tan lejos, desde la última arrancada de la montaña altísima, desde su altura última, desde la nube que casi se toca, que palpamos en un impulso de insatisfacción, en esos segundos mismos que están pasando sin darnos cuenta, intactos, intocables; desde la misma punta del instante, débilmente, inalcanzable como la cima de un montículo que se contemplara radiante y desde allí las aguas negras, el fondo de las aguas que se divisa ciego, y al que pretendiéramos alcanzar con la mano hasta su mismo centro en la roca que se abre al aire, ese tan limpio como la mañana está limpia, y desde allí, en el segundo mismo en que llegábamos a lo alto y desde la altura contempláramos lo lejano, lo alto y lo bajo, lo más hondo allí, cuando la mirada desea atravesarlo y a la vez alzarse hasta los límites del cielo y hundirse en esa su sima misma prometida, en la roca que aguarda al fondo de la caída y en la cueva negra que se abre a la bienvenida.

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