Vieja librería

La vieja librería «Arrilucea» en la plaza Moyúa de Bilbao.

Rodeada por un entorno urbano de cierta ostentación arquitectónica en la que se prodigaban la voluta y la decoración pretenciosa en el diseño de fachadas llamaba la atención aquella puerta estrecha en un comercio que podría haber sido una mercería o cualquier taberna de las discretas a juzgar, al menos, por los indicios de semejante entrada y a la que seguían un estrecho pasillo con paredes abarrotadas de libros y un breve mostrador que daba paso a una segunda entrada, y ésta sí que, para mi gusto, era la verdadera, pues, junto a la caja registradora, se abría espeleológicamente a una inmensa y catedralicia sala cavernaria, un espacio infinito y repleto de libros, de libros por el suelo, libros en estanterías dejadas por allí, libros en abigarrados montones derrumbantes, libros sueltos en mostradores o libros en colecciones dispersas, y que amenazaban como trampas para hacer tropezar a cualquier inocente buscador de «su libro»…; en fin, todo ello en un perfecto desorden y arracimamiento.

Aquello era el Reino. Allí pasé mis mejores horas  de rebusca, ensimismado en la difícil tarea de casar deseos y dinero en el bolsillo. La mejor lección de arqueología librera de mi vida.

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